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Todo empezó al marchar corriendo de allí. Andando, luego más rápido, acabar corriendo y sentada en un banco sin llegar a casa. Entonces, no podía ver ni las luces de los hoteles que la rodeaban, de las cantidad de lágrimas que derramaban por sus mejillas. Todo por culpa de esa maldita rábia. Rábia e ira.
Estaba harta de hacer cosas para los demás y que nadie se diera cuenta. Ni nadie la defensara por miedo a descontentar a su pareja. Pues ya se despedía. Tranquilos, que dentro de un año y medio no la veréis más. Y no tendréis que preocuparos por nada, lo mismo que hacéis ahora.
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